lunes, 20 de octubre de 2008

La Corriente

Una mañana, tras un placentero sueño, Ismael despertó bruscamente. Sentía la imperiosa necesidad de saber algo, una avidez por conocer la ruta de uno de tantos afluentes que se habían alejado de las aguas sobre las que navegaba. ¿De qué color eran sus aguas? ¿Cómo eran sus orillas? ¿A dónde iban a parar?
Hacía tiempo que dejo de lado la bifurcación, lo que los arrieros llaman "cruce de caminos", salvo que en este caso no hay marcha atrás. Estaba seguro de que en su día había tomado el ramal correcto, esa era la ruta que debía tomar, pero la simple idea de que sus aguas se encontrasen con las del ramal le mantenían esperanzado.
Ismael sabía que un velero no puede luchar contra la corriente, y no se detendría hasta la desembocadura, así que tomo el catalejo y, para su sorpresa, descubrió que las aguas de aquel riachuelo se mantenían a una distancia no demasiado lejana, aunque cada vez se distanciaba más.
Volvió a mirar y descubrió hacia dónde se dirijía. No conocía aquella región, pero había oído hablar de ella. En ese mismo instante se dió cuenta de todo y una gran pena se cernió sobre él.

Los ríos desembocaban en mares distintos.

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